martes, 12 de enero de 2021

Caricuao, mi tía Carmen y la Segunda Guerra Mundial/ "Ismael De León"

Relato de  Ismael De Leónª••



Dedicado in memoriam a mi tía Carmen María González Landáez (1925 - 2019).

Entre 1972 y 1978 Caricuao fue tanto para mí, como para mi hermana Idalia, uno de nuestros destinos para vacacionar. A principio de la década de los 70, la parroquia Caricuao estaba en pleno crecimiento demográfico con la construcción de decenas de edificios, así que nos tocó ser protagonistas de ese momento. Rafael Caldera era el presidente de la República, y el Banco Obrero presumía de esta ciudad dentro dentro de Caracas, con sectores urbanísticos distribuidos en las llamadas Unidades de Desarrollo (UDs). 

Así pues, es en ese escenario donde guardo muchos recuerdos de mi infancia, con mi tía Carmen como protagonista. Todo empezó a finales de 1971, cuando mi tía, enfermera de oficio y con 47 años de edad, dejó de pagar el alquiler del pequeño apartamento de El Cementerio, para mudarse con mis tres amados primos, María J., Anita y Luis, a su flamante apartamento a inaugurar en el Bloque 1 de la UD-3 de Caricuao.

Aún recuerdo la primera visita que le hicimos. Mamá nos llevó a Idalia y a mí. Ella tenía 6 y yo 7 años. Fue un domingo por la tarde y la llegada fue muy accidentada, por cierto. Nos fuimos en taxi, y como se trataba de una urbanización nueva, el chofer no sabía dónde estaba el edificio y mamá mucho menos. Después de muchas vueltas, idas y venidas, finalmente hallamos el bloque. Fue una fortuna, porque el chofer ya estaba visiblemente impaciente y mí mamá molesta por la actitud de éste. Allí, con la perspectiva engañosa que suele tener la mirada de un niño, vi el enorme bloque de 10 pisos. Lo que hoy en día son áreas verdes, era un "peladero de chivo". Ni una planta. No había rejas en las entradas del bloque ni en los apartamentos. Todavía me llega el olor a cemento del apartamento, a construcción que todavía no ha recibido suficiente calor humano.

Pero sigamos. El nuevo reto era saber cuál de las dos entradas era la que daba acceso al apartamento de mi tía, así que mi mamá resolvió preguntar en cada uno de los apartamentos de planta baja. Llevándonos de la mano por los jardines que bordeaban el edificio, preguntaba ventana por ventana si conocían a la señora Carmen. Todos eran nuevos residentes, así que la respuesta siempre fue negativa. Le dimos la vuelta al edificio hasta que de manera fortuita llegamos a la ventana de la cocina de mi tía, y ella al vernos exclamó: ¡Mira quienes vienen por allí! 



El Bloque 1 de UD3. Foto: Carlos González @caricuaofoto

Pronto Caricuao se convirtió en lugar de encuentro para la Gonzalera, mi familia materna. Allí celebramos cumpleaños, navidades, Año Nuevo. El lugar ofrecía un clima muy agradable, y cada Semana Santa resultaba apropiado pasarla bien con los primos y la tía Carmen. En Caricuao, en la UD4, también vivían otros primos, los hijos de la prima Vicenta:  Milena, Cristina, Adriana y Jasil. Los veíamos muy poco, pero también tengo recuerdos de ellos, sobre todo en Casalta.


Fue en Caricuao donde supe lo que era bañarse con agua helada; en Casalta teníamos calentador, así que estaba acostumbrado al agua tibia. A esto hay que agregar un dato nada despreciable para un habitante del Caribe, y es que la temperatura de aquel entonces en Caricuao era de unos 13-14 grados. ¡Invierno crudo, pues! Era realmente difícil para nosotros meternos bajo esa regadera con agua que parecía venía del Ártico. Sin embargo, en ocasiones mi tía era condescendiente con sus sobrinos casalteños, en especial con Idalia, entonces resolvía calentar una olla de agua y nos bañábamos con "perolito". Una que otra vez mi primo Luis me retaba, y no me quedaba otra opción, en mi orgullo de preadolescente, que meterme bajo la regadera y aguantar aquel "baño de agua fría".


En Caricuao aprendí que debía subir el aro de la poceta antes de orinar. Ya había dejado evidencias claras de no hacerlo, y un día estando yo dentro del baño, mi tía me dijo desde afuera, "Ismael sube el aro, el único hombre que vive en esta casa lo sube cada vez que orina". Jamás olvidé esa simple lección que seguramente había recibido en casa, pero que por rebeldía de niño no acaté en su momento. En Caricuao quedé al descubierto.


De derecha a Izquierda: Mi hermana Idalia, Ismael (yo, pues) y el primo Luis.

La primera y única vez que tomé café con sal fue en Caricuao. Fue a la hora del desayuno de un 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. Mi tía Carmen, siempre presta a la vaciladera y echadera de broma, me acercó la azucarera para que endulzara el café. Supe que le había echado sal a la taza cuando tomé el primer sorbo. Eso sí, la broma fue solo para mi; Idalia y Luis quedaron exentos de la gracia. Desde entonces, cada 28 de diciembre, yo siempre estaba alerta, sobre todo si tenía a Carmen María cerca. 


Fue yendo a Caricuao cuando tuve el trauma de vivir el primer choque en automóvil. Mi mamá iba conduciendo su nueva ranchera Hillman azul marino, y por alguna razón hizo una maniobra extraña, acto seguido mi hermana Iraida, quien iba de copiloto, tiró del volante y chocamos contra la defensa de la autopista casi llegando al Distribuidor Ruiz Pineda. Fue frustrante tener que regresar en grúa para Casalta, sin poder llegar a casa de los primos, quienes nos esperaban esa tarde para una reunión cuyo motivo no recuerdo.

Pero uno de los recuerdos más memorables que conservo de mi tía, era la conexión especial que teníamos por un hecho de su vida. Ese hecho conectaba a mi tía con la Segunda Guerra Mundial. Sí. El mismo día y año en que comenzó la guerra, el 1 de septiembre de 1939, fecha cuando las tropas alemanas cruzaron la frontera de Polonia, mi tía hizo su primer viaje a Caracas. Esos dos datos inconexos los uní en mi mente para no separarlos jamás. 

Mi tía, quien había nacido en el pueblo de Paparo -a 150 km al este de Caracas, en la región de Barlovento, Edo. Miranda-, fue enviada a Caracas a estudiar 5to grado.  Hablamos de una Venezuela todavía rural, en la que hacer un viaje implicaba una travesía que duraba casi una jornada completa. El caso es que Carmen María, a los 13 años, faltando apenas dos meses para cumplir los 14, vivió la experiencia de viajar de Barlovento a Caracas. El primo Vladimir hace memoria y me recuerda que había dos maneras de hacer el viaje. Una era tomar el tren desde Paparo hasta Carenero, y de ahí un vapor hasta el puerto de La Guaira. De allí el tren hasta Caracas. La otra opción, y es la que coincide con el relato de mi tía Carmen, implicaba montar a caballo, cruzar el río Tuy en bote, luego hacer un tramo en tren, avanzar en bus por carreteras no asfaltadas, y hacer escalas en diversos pueblos como Sotillo, Caucagua, Guatire y Guarenas, hasta finalmente entrar a Caracas por Petare.


Así que desde que ella me contó esa historia, y dada mi afición por la Segunda Guerra, cada primero de septiembre la llamaba por teléfono para rememorar su primer viaje a Caracas. Siempre hice esa llamada con el mismo rigor y cariño de una felicitación de cumpleaños. El pasado primero la hubiese llamado para destacar que ya habían pasado 81 años de ese hecho histórico en su vida. Seguro me hubiese respondido: "¡Epa, Macho Flaco! ¡Aquí estaba, esperando tu llamada!"



Esta entrada es gracias a nuestro amigo Ismael De León y su hermana Idalia De León

Les invitamos a visitar su página  y seguir en sus redes para conocer sus relatos.




 twitter /@ismaeldeleon64








2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente contenido, que buen blog los felicito...

Anónimo dijo...

Que hermoso poder leer contenido de alguien tan maravilloso como la abuela Carmen, linda historia
Hermosa parroquia la nuestra